Pues una mujer perfecta ofrece siempre al hombre, de manera más o menos clara, la nostalgia de la mujer perfectible al infinito, por sus cuidados, una materia sobre la que ejercer, hasta la barbarie, su omnipotencia. La reina Bardot se halla precisamente, donde puede acabar la moral, y a partir de donde se puede abrir la jungla de la amoralidad amorosa. Un país donde el aburrimiento cristiano ha sido desterrado.
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