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Leo-VeoNúmero 1

Esquizia

Por 26/11/2010 marzo 25th, 2020 No Comments

tal como está la cosa  no creo que quede nadie que no haya estado a la vista de un ciego. Si un ciego no ve, pregunto yo, como puede transmitir el mal por la vista. Mi general ésa debe ser la enfermedad más lógica del mundo, el ojo que está ciego transmite la ceguera al ojo que ve, así de simple. 1Saramago José. Ensayo sobre la ceguera. 4ª edición 2009. Zonalibro Industria gráfica. Montevideo. Uruguay. (Página 115).

Semáforo en rojo, semáforo en verde, un auto detenido, incidente de tránsito. La gente enardecida se acerca al auto detenido y le grita al conductor.

El conductor gesticula y se le escucha gritar. Alguien dice: algo está diciendo. El grito se vuelve ensordecedor: ¡¡Estoy ciego, estoy ciego!! ¡¡No veo, no veo!! Preso de un ataque de llanto, pánico y terror, es sacado del auto por la gente que ahora se compadece del hombre. Dice su domicilio, un hombre se ofrece a llevarlo a la casa.

Con esta escena comienza el relato de Saramago en un estilo narrativo, una invención, una creación, haciéndonos  vivir paso a paso lo que irá sucediendo de aquí en más.

Inventa ¿qué? Una ceguera blanca. No es la oscuridad, es haberse sumergido en un “mar de leche”. Inventa un contagio, todos comienzan a quedarse ciegos de la misma ceguera…una ceguera blanca.

A partir de ese momento nos encontraremos con una ciudad de ciegos. Con una ciudad fantasmática donde la gente comienza a perder su calidad de gente.

Se suceden hechos que lo dejan a uno sin aliento. Comienzan colocando una línea divisoria entre aquellos que ven -si es posible decirlo así-, de aquellos que no ven -si también es posible decirlo así. Más aún, una delgada línea entre aquellos que sólo por alguna razón han estado en contacto con los ciegos, y que –presuponen-, pronto quedarán a su vez, ciegos. La línea invisible, por no vista, se cruza. Los ciegos,  apresados en la incertidumbre, sumergidos en el mayor de los desconocimientos, se apelotonan, caen, se levantan, tropiezan, con movimientos al aire, destartalados de toda coordinación.

No saben “ser” ciegos. Se llama a las fuerzas armadas para contenerlos, establecer un “orden”, establecer las prohibiciones aunque no sepan sobre qué prohibir. Surgen los tabúes, la segregación es tan inmediata como estructural a la humanidad misma. El caos, las plegarias, todo se confunde mientras uno a uno van quedando ciegos. Los soldados  disparan sin ningún pudor sobre esos blancos que se mueven grotescamente, los brazos extendidos, caminando a tientas en un espacio que se les ha vuelto  peligroso, tenebroso.

Los primeros ciegos son encerrados en un manicomio bajo la promesa que les llevarán todo lo que necesiten: comida, agua, higiene. Saramago no nos priva de mirar la angustia, a través de la mano de una mujer que se hace pasar por ciega para quedar al lado de su marido, el médico que atendió al primer ciego y quedó a su vez, ciego. A partir de la mujer de excepción, ella se convertirá en una mujer excepcional. Haciendo semblante de no ver, nos permitirá ir mirando la caída de la humanización de los que la rodean. “Si no somos capaces de vivir como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales” 2Ibídem Página 123..

Ninguno de los personajes es nombrado por su nombre, cada uno es nombrado por su rasgo: el viejo de la venda negra, la chica de las gafas oscuras, la mujer del primer ciego, el niño de 9 años que clama por su madre…

En forma magistral, el autor, extrae el colmo de  la esquizia entre el ojo y la mirada.

Esta esquizia permite profundizar el estadio del espejo. Dice una voz: “el ojo que se niega a reconocer su propia ausencia”. El imaginario surge bajo la forma de la desquicia, si me permiten esta licencia de palabra.

La “mujer excepcional” -es el nombre que me he permitido darle, tomando su rasgo- intenta que se den algún tipo de organización, intenta, en un principio, no retornar al inicio de la vida psíquica del hombre. “El lugar adonde se quiere llegar depende de donde se esté” 3Ibíd. Página 110.. Saramago es implacable en sus apreciaciones.

La narrativa se desliza ahora sobre las distintas facetas, ese palacio vacilante de espejos sobre lo peor, y en algunos casos, lo mejor. En esta ficción no se encuentra ausente el delincuente y sus compinches, ciegos. Generan el mercado negro de la comida. Ahora hay que comprarla. Si salen para denunciarlos, están los soldados para matarlos. Y si los matan, ellos mismos deben enterrar a sus muertos. El delincuente tiene un revólver, dispara sin ver hacia dónde. No importa, lo que importa es infundir el miedo, el terror, la oscuridad a pesar de la blancura de la ceguera. Deben entregar sus pertenencias más valiosas, todo lo que han llevado consigo. Lo hacen. Es allí donde la mujer excepcional descubre que ha llevado un par de tijeras no sabe cómo ni porqué, y las coloca donde sólo ella que ve, podría alcanzarlas. Reciben comida.

Cuando se han acabado los objetos, aún queda uno, antiguo objeto de intercambio: la mujer. Ahora tienen que venir las mujeres para divertir a los malhechores.

El capítulo dedicado a la violación despierta, a mi gusto, el horror del lector, nos convierte en cautivos voyeuristas de escenas estremecedoras. Y la voz… ¿cómo expresar la función del voz durante este capítulo? La pulsión invocante surge para hacernos escuchar la degradación en la que se van sumergiendo los ciegos cada vez más tomados de su propia ceguera. Efecto de escritura del autor. Ya no se sabe adonde pertenece la ceguera. Es el viejo de la venda negra quien pregunta: “¿Cuántos ciegos se necesitarán para hacer una ceguera?”. Nadie le responde 4Ibíd. Página 136.

La mujer excepcional mata su agresor con las tijeras. Otra mujer, ciega ella, recuerda que en su cartera tiene un encendedor. Lo busca y a tientas, enciende los colchones donde están los violadores, como estos han puesto las camas como barreras no consiguen salir. Los aullidos son feroces. La mujer queda atrapada también y sabe que morirá, pero también sabe que ya estaba muerta.  Es el infierno de Dante, los demás huyen, salen como pueden de allí, temiendo los soldados. Sólo que los recibe el silencio, nadie en las calles, los soldados no están. Ellos también han quedado ciegos.

La mujer excepcional recién entonces dice que ve. Sus expresiones son tan claras que ya no podría seguir mintiendo. Además, ¿como llevaría adelante su pequeño grupo sino les dijese que ve?

Fuera ya del encierro, el paisaje no es alentador, por el contrario, es estremecedor: muertos por el hambre, muertos por no ver por donde van, muertos en estado de descomposición, autos, colectivos, todos abandonados de cualquier manera. Los otros se deslizan como pueden chocando contra todos los obstáculos, sus ropas convertidas en andrajos malolientes, gente que aún se cree gente.

Un hecho permite introducir la humanización de otra manera.

Los perros se han vuelto jaurías que arrancan pedazos de los muertos para comer.

La mujer excepcional que ha salido a buscar comida, se sienta sobre la calzada absolutamente agotada, ya no quiere ver, cierra los ojos  esperando, deseando quedar ciega, “ganas de envolverse a sí misma” 5Ibíd. Página 164.. Por sus ásperas y sucias mejillas comienzan a deslizarse  las lágrimas. Un perro la ve y se separa de la jauría, se acerca y le lame las manos, le sorbe las lágrimas, la mujer lo acaricia. Es el “perro de las lágrimas”, será su nombre a partir de ese momento. Y a partir de ese momento, el perro de las lágrimas la seguirá adonde vaya, protegiéndola. Qué extraña humanización. El escritor coloca allí  lo más humano que esta mujer ha encontrado en el tiempo -no se sabe cuál-  que lleva la ceguera.

José Saramago no nos permite salir de este libro como se ha ingresado, esa es su virtud.

Dejo el enigma del final que es digno de esta extraordinaria narración.
Quisiera sí concluir con este bello párrafo “…los ojos, ah, sobre todo los ojos, vueltos hacia dentro, más, más, más hasta poder alcanzar y observar el interior de su propio cerebro, allí donde la diferencia entre ver y no ver es invisible a simple vista” 6Ibíd. Página 164..

  • 1
    Saramago José. Ensayo sobre la ceguera. 4ª edición 2009. Zonalibro Industria gráfica. Montevideo. Uruguay. (Página 115).
  • 2
    Ibídem Página 123.
  • 3
    Ibíd. Página 110.
  • 4
    Ibíd. Página 136.
  • 5
    Ibíd. Página 164.
  • 6
    Ibíd. Página 164.