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El mal de ojoNúmero 1

La curiosidad infantil

Por 23/11/2010 marzo 25th, 2020 No Comments

Tomaré un episodio infantil. Era el verano en cuyo final cumpliría 6 años. Me gustaban las mujeres. No las niñas sino las mujeres. Mostraba un enorme interés por su cuerpo. Aprovechaba todas las ocasiones que podía para saber sobre ellas apoyándome en la pulsión escópica. Aunque, mediados de los cincuenta, eran tiempos difíciles en España, el hecho de ser muy niño, me permitía, entre otras cosas, ir a la playa de mujeres con mi madre. Allí había unas casetas donde ellas cambiaban sus vestidos por el púdico bañador. Largas filas de casetas dejaban en medio pasillos que se entrecruzaban, estando al final de uno de ellos el mostrador en el que había que recoger la llave de una caseta vacía.

Para evitar la burocracia que suponía llegar hasta el recóndito mostrador, pedir una llave y luego volver a la caseta desocupada, se me ocurrió un mecanismo más simple para ver en qué caseta había alguien o no. Como entonces todos los niños que iban a la playa llevaban un cubito y una pala, se ponía el cubito en el suelo delante de una puerta, se subía uno al cubito y miraba por el ojo de la cerradura.

No llevaba mucho tiempo practicando mi invención cuando una señora espetó a mi madre: “Este niño ya no puede estar aquí”.

Fue así como con menos de 6 años fui enviado para siempre a esa parte de los seres hablantes llamada hombres. Ni reniego de ello ni le tengo ningún rencor a aquella mujer que me pilló, pues no era más que una portavoz de la estructura. Además no fue ella la que cercenó la curiosidad infantil, sino un encuentro inesperado acontecido poco tiempo después y que ustedes, gracias a la gentileza de Jacques- Alain Miller, pueden encontrar con detalle en el libro “Quiénes son sus psicoanalistas” 1Miller, J.-A. et 84 amis. Qui sont vos psychanalystes ? Pág. 27-29. Editions du Seuil. Paris 2002..

Como sabemos, incluso con su lógica después de Lacan, los seres hablantes nos ubicamos del lado hombre o del lado mujer y ello independientemente del sexo biológico. ¿Pero qué pasa con la curiosidad?

Porque el meollo de la anécdota que he contado no es tanto la decantación por un sexo como la curiosidad por el Otro sexo. Hay, en el episodio que les he relatado, una relación con el Otro sexo mediante la curiosidad y más concretamente a través de una pulsión parcial.

Se trata pues de un niño que investiga, busca apasionadamente, apoyado en la pulsión. ¿Qué busca? No lo sabe, porque como dicen Freud y Lacan lo que lo guía es la ignorancia. Pero encuentra. Y lo que encuentra es justamente lo que no quiere saber. Es a eso a lo que Freud llama la Cabeza de Medusa. Límite del encuentro con el Otro sexo.Necesidad de la estructura al mismo tiempo que lugar del horror. Punto de detención y quizás para siempre en esa búsqueda. Verdadero daño epistémico.

El encuentro con lo que sin saber buscaba es precisamente la razón de lo que en la clínica llamamos la neurosis, que entre otras cosas consiste en un decir “no” a ese real que se encontró en la insensata búsqueda. Vemos en este caso, como la neurosis es efecto mismo de la sexuación, o en lenguaje freudiano, que la sexualidad es la etiología de la neurosis, en tanto la sexualidad está formada por las pulsiones parciales.

En sus Tres ensayos de teoría sexual 2Freud, S. Tres ensayos de teoría sexual. O. C. Tomo VII. Pág. 206. Amorrortu editores. Buenos Aires 1978. Freud dice que la investigación infantil continúa en el fantasma inconsciente a partir de la pubertad, y Lacan precisa que éste es la ventana por la que nos asomamos a la realidad. Tenemos pues, que toda la problemática de la sexuación y el saber se desplaza al fantasma. Y el fantasma continúa la curiosidad infantil en el camino que le es posible, que no es otro que el de la ignorancia.

Puede ocurrir que se dé la homeostasis donde el fantasma acalla la problemática con una solución que es poner en el lugar del abismo insondable los brillos del semblante al que, entonces se desplaza la pasión.

No siempre eso es posible. A veces, por ejemplo en mi caso, el síntoma como imposible de soportar, irrumpe con descaro reclamando su parte en el banquete. ¿Qué hacer?

Lo más sensato en esos casos es psicoanalizarse.

Porque, beneficio terapéutico aparte, se puede recuperar, al menos parcialmente, esa curiosidad infantil si se atraviesa el horror que la impide. Es decir la posibilidad de hacer un uso, ahora desexualizado, de lo que en su tiempo constituyó la curiosidad infantil. Pasión de la ignorancia, pero ya en el sentido en que la desarrolla Jacques – Alain Miller en su curso Los signos del goce. 3 Miller, J.-A. Los signos del goce. Especialmente el capítulo XIII. Editorial Paidós. Argentina 1998.

Podemos preguntarnos además, si ese “no puede estar aquí”, o sea si la sexuación masculina es compatible con la posición del analista. En otras palabras, ¿se puede ser hombre y psicoanalista al mismo tiempo?

No es tan seguro, pues el ser hablante ubicado del lado hombre, con la lógica que lo define, no puede acceder sino a aquello que está medido con la vara del falo. Pero el mismo síntoma es desmesura. Y por eso es por lo que van a nuestras consultas los pacientes, hombres y mujeres. Sí, el síntoma puede pasar del falo, que es el significante que escribe en el inconsciente la relación sexual que no existe. Lo real, núcleo del síntoma es al mismo tiempo lo que produce el agujero que hace efectivo lo que a todas luces se evidencia en el ser hablante: que no existe un complemento de un sexo al Otro, que no hay relación sexual.

Ante esto podemos rendir nuestras armas, pero quizás podamos hacer de ese fundamento de abismo nuestra causa.

Eso es precisamente lo que me encontré al final de ese procedimiento llamado el pase. Y también me encontré con un “sí, tu puedes estar aquí” entre los analistas, o sea más allá de una posición fálica. Tú puedes estar aquí… ¡a pesar de que te gusten las mujeres!

Testimonio presentado en la sesión plenaria del XIIº Encuentro Internacional del Campo Freudiano, “La clínica de la sexuación: imposible y determinación”, 20 y 21 de julio de 2002, París.

  • 1
    Miller, J.-A. et 84 amis. Qui sont vos psychanalystes ? Pág. 27-29. Editions du Seuil. Paris 2002.
  • 2
    Freud, S. Tres ensayos de teoría sexual. O. C. Tomo VII. Pág. 206. Amorrortu editores. Buenos Aires 1978.
  • 3
    Miller, J.-A. Los signos del goce. Especialmente el capítulo XIII. Editorial Paidós. Argentina 1998.