Hace 10 días tomaba un café en un histórico bar de París “Les deux magots” con mi amigo Luis Solano cuando, inesperadamente, irrumpe en mi campo visual Laurent Fabius , primer ministro de Francia durante la presidencia de François Mitterrand.
No quise perder la ocasión de saludarlo y le dije, tendiéndole la mano, que leería su último libro. “Gracias, espero que le guste”-me respondió. “Desde hoy está en las librerías “.
El gabinete de los doce es el título de la obra en la que Fabius retrata la importancia de cada uno de esos cuadros, no en la historia de la pintura, sino en la idea que ellos dan de Francia. Con el fin de promocionar el libro, se sucedieron artículos en periódicos y entrevistas al autor en los medios de comunicación existentes.
Tuve la oportunidad de escuchar un reportaje donde Fabius explica cómo “encuentra” un cuadro. Cuando entro a un museo me instalo en el centro de una de las salas del mismo y comienzo a mirar las obras rápidamente; giro sobre mí mismo varias veces hasta que en un cierto momento me encuentro atrapado por un cuadro que atrae toda mi atención. Es ese cuadro, y no otro, el que voy a mirar con extrema atención y el que guía mi visita.
Podemos interpretar lo que él nos dice:
1° momento: Una ubicación en el espacio de representación, el centro mismo del espacio donde se encuentran los cuadros, posición que le permite recorrer de un golpe el conjunto de las obras expuestas.
2° momento: El cuadro “lo llama”. Un cuadro detiene la visión de conjunto y Laurent Fabius es invitado a salir de la posición inicial y a desplazarse en el espacio.
En el interior del espacio convencional de la sala se crea una línea donde se trazan dos puntos, el punto de partida: el mirar, y el punto de llegada: el ser visto.
3° momento: El orden previsto de presentación de los cuadros de una sala se rompe y un nuevo orden se instaura. Es el cuadro el que determina el recorrido que hará L. Fabius.
Podemos sacar una conclusión de nuestro análisis. Hay dos personajes en la escena relatada. Uno, el espectador de los cuadros, y el otro, el sujeto tomado por el pasaje del ver a la mirada. Este último sale de su posición inicial para constituirse en el objeto de una mirada enigmática que lo atrapa y que le indica los pasos a seguir. Bella representación de lo que Lacan llama “la trampa-cuadro” en su reflexión sobre la anamorfosis en el Seminario11. Es decir, el cuadro se convierte en cuadro cuando se vuelve una trampa para aquel que lo visita.
Hay muchas maneras de no ser atrapado por el cuadro. Una de ellas -y cualquiera puede observar dicho fenómeno en cualquier museo- es la avidez con la que el público quiere leer el nombre de la obra y que generalmente es lo primero que se hace. Nada más alejado de un cuadro que el nombre que lleva. Al respecto, el renacimiento y su pintura religiosa dan testimonio de ello. Madonas las hay infinitas, pero la de LIPPI es única.
Podríamos abundar en ejemplos -no es el momento-, pero la división que introduce el pasaje entre el ver y el ser visto o entre el percibir y el mirar un cuadro en particular, hacen del objeto a mirada un señuelo abierto a la definición del sujeto.
Podría decir que he visitado muchos museos, que me atraen, y que es un placer recorrerlos. En los grandes museos hay casi siempre una “galería de retratos”, normalmente la visito.Dos cosas me atraen en particular de los retratos. La primera, es la tensión entre el fondo del cuadro y el retrato; la segunda, es cuando me desplazo de izquierda a derecha y fijo mi mirada en los ojos del personaje retratado y percibo que él me mira.
Me asombra siempre esa experiencia, el pasaje de lo muerto de la representación a lo vivo de la mirada. En esos momentos pienso que dicho pasaje pone en evidencia la verdadera apuesta de la pintura: hacer vivir de un modo bello lo más vivo, lo que los psicoanalistas llamamos “el goce”.
Tal vez eso quería decir Picasso cuando declaraba que la pintura siempre gana, que resiste siempre y que él pintaba la pintura. Evidentemente, un gran artista produce una bella definición del real lacaniano.
Freud y Lacan sabían lo que decían cuando invitaban a los psicoanalistas a interesarse en los artistas y en sus obras de arte. Ya lo decía Freud: “los artistas abren puertas por donde los psicoanalistas entran”.