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Leo-VeoNúmero 1

Toda la culpa es de mi madre

Por 26/11/2010 marzo 25th, 2020 No Comments

Un film, donde  la ceguera del estrago y la vergüenza señalan directamente al objeto mirada. La mirada en esta película es del cuadro que no se ve, es la mirada escondida de todos, la del secreto que no se quiere  ver, pero que los cuadros misteriosos hacen emerger. Un secreto que atraviesa  como un real  la vida de cada uno, produciendo estragos. Cuando el cuadro aparece, algo de la mirada se revela, a través  de la vergüenza, dando lugar a nuevas elecciones que contrarían el oscuro destino familiar.

El título original, Algo que decirte  indica una dirección, la de algo aún no dicho, la del secreto. La película narra la historia de una familia unida, efectivamente, por un secreto…como sucede en todas las familias al decir de Miller 1Miller, J.-A.: “Cosas de familia en el inconsciente” Mediodicho No 32., quien se pregunta “Qué podríamos decir hoy de la familia: que tiene su origen en el matrimonio? No, tiene su origen en el malentendido, en el desencuentro, en la decepción, en el abuso sexual, en el crimen. ¿Acaso está formado por el marido, la esposa, los hijos? No, la familia está formada por el nombre del padre, por el deseo de la madre y los objetos ¿Están unidos por lazos legales, derechos, obligaciones? No, la familia está esencialmente unida por un secreto. Está unida por un no-dicho. Es un deseo no dicho, es siempre un secreto sobre el goce: de qué gozan el padre y la madre”. Y será siempre por la vía de un goce escondido por donde se introducen las prohibiciones y las concesiones de un goce sustitutivo y por donde el falo -objeto agalmático y enigmático- circulará en torno a un funcionamiento sintomático, consolidando la lengua familiar, aquella que indicará cómo arreglarse con la castración misma.

En esta familia en particular se trasmiten los efectos de un devenir en busca de un ideal de felicidad que no da tregua. Ella, la madre, lo dice desde el comienzo: “siempre he tenido toda la felicidad…”,  aludiendo a ese afecto de angustia y aburrimiento tan elocuente en la película y que precipita, para cada uno, en el hecho de que no hay un goce último que pueda aliviar definitivamente la angustia, sino que el sujeto está sometido siempre al encuentro con ese agujero del sentido sexual, esencialmente en la búsqueda de su partenaire. Una dinámica familiar planteada alrededor de una madre que no logra ver más que el fracaso de sus hijos, mirada que anula el deseo y promueve el odio y el rencor, en una cierta obsesión por el dolor dispensado, silencioso e indeleble, junto a un padre narcisista que ha permanecido abocado a la tarea de ser el único portador del falo, sin lograr moderar los impactos de la demanda materna.

Destino y azar se cruzan en el film, donde la vida de todos los protagonistas, se suceden entre la repetición del síntoma como destino y lo imprevisto de la tyché, que introduce un cortocircuito que interpela la fijeza de un goce como destino.

Los continuos acting de estos hijos (fracasos amorosos, embarazos no buscados, quiebras financieras o ilusiones irrealizables) se suceden uno tras otro, desenmascarado la decepción y la contrariedad permanente en ese lazo familiar que no deja entrever el deseo vivo e incitante de una vida por realizar.
La trama entonces nos conduce rápidamente al secreto, al malentendido, a eso que está presente en cada familia desde el encuentro de un hombre con una mujer y que muchas veces el amor modera y aliviana. Un secreto que, en este caso, sólo se presenta como vehículo e imperativo de los significantes amo, por un lado, pero también como indicador de la cifra condensadora del goce.

Podríamos aventurar que ese goce hace prevalecer el no ir en busca de eso que se desea, contradecir el deseo y preservar un lazo ficticio, armoniosamente violento, en una degradación ofensiva que pretende sostener ideales y ambiciones tal vez demasiado inconmensurables.
Podríamos precisar entonces, por un lado, el secreto familiar que -una vez que se inquieta- despierta la culpa y, más tarde, la vergüenza.

Queda revelada una mirada que prefigura una verdad acerca de un goce cercenado -la culpa de la madre relatando los infortunios de un amor irrealizable- donde el temor por elegir y la muerte se cruzan en el camino. Pero también aparece la culpa que inmediatamente la madre imputa a Alice, adjudicándole las posibles desventuras del padre, si la verdad llega a destino.
Por otro lado, el estrago, que como dice Lacan, la relación madre–hijo siempre es estragante.

En el Seminario XVII, dice: “…el deseo de la madre siempre produce estragos. El papel de la madre es el deseo de la madre. Esto es capital. El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre2Lacan, J.: Sem XVII. Pág. 118 Ed. Paidos. El estrago entonces, como un dolor más que visible, está presente en todos los protagonistas, específicamente en relación a la madre, la cual se presenta violenta y pasional. Madres que, tras el dolor de no haber sido elegidas como objeto de deseo de esos hombres, imparten el dolor de existir a estos hijos.

Cada una con sus opuestos semblantes dejan entrever lo mismo: lo insaciable de un capricho, la ley incontrolada de la madre, frente a lo cual el sujeto se vuelve un súbdito que queda apresado en esa escena. Es la escena, como se recordará, de Madie hablando por teléfono con su hija; ella desde la cárcel pidiendo ayuda, y la madre sin acudir al padre. O también la de Jacques, hablando con esa madre distante y ajena que no escucha ni ve, y que sólo transmite un imperativo categórico destructivo de “quiero esto, lo exijo y punto”.

Pero en ambas escenas aparece algo que detiene ese exceso de una voluntad ciega e infinita, algo que alumbra la vía del deseo: el padre, o  lo que viene a nombrar algo de un deseo, de ir en busca de lo que se quiere. Así adquieren valor esos cuadros, como marca imborrable de un deseo que no era anónimo.

El padre de Jacques y el de Alice, ambos, aparecen en nombre de algo que introduce una variación en el destino y un posible cambio de perspectiva. El encuentro con un real, pero también con el amor… Algo que dice que no… y allí, es posible que cada personaje se avergüence un poco de su propio destino, introduciendo la posibilidad del encuentro y de la contingencia, lo que permite cambiar la trama del destino.

Cada uno de los personajes- desengañados del Otro-  comienzan a vislumbrar otra salida.

El psicoanálisis apunta al sujeto como “no engañado”, recordando también que “…antes de toda identificación está el sujeto dividido, barrado por el lenguaje, no identificado3Miller, J.-A.: “Un esfuerzo de poesía”. Clases del 25 y 26 de marzo 2003. Rev. Colofón..

Un análisis hace tambalear el consentimiento del sujeto a la identificación. Ese consentimiento está en relación a lo que Lacan ha enunciado como aquello que “de nuestra posición de sujetos somos siempre responsables4 Lacan, J.: Sem XVII. Pág. 118 Ed. Paidos.

Un psicoanálisis no pretende desculpabilizar al sujeto sino, más bien, introducir su responsabilidad, su relación a la vergüenza, disociando al sujeto del significante amo y revelando el goce que extrae de dicho significante… propiciando alguna elección.

Dirección: Cécile Telerman. Francia 2009.

  • 1
    Miller, J.-A.: “Cosas de familia en el inconsciente” Mediodicho No 32.
  • 2
    Lacan, J.: Sem XVII. Pág. 118 Ed. Paidos
  • 3
    Miller, J.-A.: “Un esfuerzo de poesía”. Clases del 25 y 26 de marzo 2003. Rev. Colofón.
  • 4
    Lacan, J.: Sem XVII. Pág. 118 Ed. Paidos