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Circuitos PulsionalesNúmero 3

Devórame otra vez

Por 22/04/2015 marzo 24th, 2020 No Comments

Desde la antigüedad existe una gran cantidad de mitos, leyendas y cuentos infantiles que ponen en escena el tema de la devoración. Vampiros, brujas, ogros y zombies despiertan en los niños y adolescentes sentimientos que oscilan entre el terror y la fascinación. La figura del vampiro tal vez sea la que mejor ilustre esta especie de “siniestra atracción”, mezcla de horror y erotismo, cuya aura de angustia nos revela que lo que está en juego en tales fantasías no es sino la verdad de la relación oral con la madre. Temática que aparece insistentemente en la clínica con niños como angustias ligadas a fantasmas de devoración, que ponen de manifiesto un goce de la pulsión oral.

Si para Freud las pulsiones son “nuestra mitología”, el mito subyacente a la pulsión oral es el de la completud, según el cual el niño es concebido como formando una unidad primera con la madre; paraíso perdido en la versión fantasmática del neurótico que ha encontrado un eco imaginario en ciertas teorizaciones en el campo del psicoanálisis. Para Lacan nunca hay unidad ni complementariedad con el Otro, ya que entre ambos se interpone el objeto a.

El objeto oral tiene la característica de ser amboceptor. Esto quiere decir que se produce por medio de dos cortes. Un corte separa al niño del seno y otro separa al seno de la madre, a la que está adosado. Este objeto no es del Otro, ya que sólo en apariencia pertenece a la madre, sino del niño. El corte no se produce entre el sujeto y el Otro, sino entre él mismo y esa parte de él que es el pecho y de la cual debe separarse.

El mito del vampiro, que con su mordida hace agujero a nivel del cuerpo de la víctima, nos muestra la relación entre la marca y el goce, cómo la localización del goce en el cuerpo es correlativa de la inscripción de una marca que lo agujerea.

Dado que la actividad de la pulsión se expresa a través de la voz media, la pulsión oral es un “hacerse chupar”, “hacerse devorar”. Aquello que “vampiriza” es, por lo tanto, la pulsión misma. Podemos evocar aquí la tesis kleiniana de que la propia voracidad del sujeto es la que determina la angustia, vía la retaliación del Otro. Sin embargo, Lacan va un paso más allá al ubicar el punto de angustia del lado del Otro. Cuando el pecho nutricio se agota, falta, se presentifica el deseo del Otro y la pregunta: “qué me quiere?”; detrás del objeto idealizado emerge un deseo insaciable y amenazador.

En su Seminario  4, Lacan nos habla del resto insaciable que subsiste en la madre por el hecho de que la ecuación niño-falo no alcanza a colmar su falta y en el Seminario 5 liga la voracidad materna a lo femenino. Este apetito insaciable de la madre es lo que retorna en la gula del superyó. Tal como esta expresión lo indica, la instancia superyoica vincula tanto al objeto voz como al oral. La pulsión oral es el molde que favorece la incorporación del objeto voz por la que se constituye el superyó: “Si la regresión oral al objeto primitivo de devoración acude a compensar la frustración de amor, tal reacción de incorporación proporciona su modelo, su molde, su vorbild, a esa especie de incorporación, la incorporación de determinadas palabras entre otras, que está en el origen de la formación precoz llamada el superyó” (Lacan, 1994: 177-178).

Ese, que como un voraz Nosferatu, consume al sujeto alimentándose de su renuncia pulsional al tiempo que vocifera: “Goza!”

 


Bibliografía
Freud, S. “El yo y el ello”. Obras Completas Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu. 1986. P 1-66.
Lacan, J. Seminario 4, La relación de objeto. Buenos Aires: Paidós. 1994.
Lacan, J. Seminario5, Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós. 1999.
Lacan, J. Seminario 10, La angustia. Buenos Aires: Paidós. 2006.
Lacan, J. Seminario 16, De un Otro al otro. Buenos Aires: Paidós. 2008.