Los venenos no son sustancias excepcionales en nuestra vida. Podemos llamar venenos cotidianos a esos objetos que nos llevamos a la boca: comida, remedios y alguna otra miga destinada al goce. Existe, desde hace unas décadas, una ideología en auge que denuncia una naturaleza adulterada. El psicoanálisis nos permite tratar los venenos de otra manera, para ubicar la cicuta estructural que nos constituye como seres hablantes, enfermos de sentido y devenidos restos de nuestros mejores modos de “mal vivir”.
El ideal de salud: comida sana
Orthorexia es el nombre con que se señala, en distintos ámbitos, la preocupación por comer sano. Esta preocupación, que define todo un estilo de vida y de consumo, fue definida por primera vez por el médico norteamericano Steve Bratman en un libro publicado en el año 2.000 en EEUU, que lleva por título Health Food Junkies. El autor eligió un nombre proveniente del griego (ortho, justo, correcto, y orexia, apetencia) que significa “apetito justo o correcto”. Bratman fue, durante veinticinco años, médico generalista y miembro del movimiento de alimentos naturales de EEUU. Era un fervoroso seguidor del poder de la dieta para curarlo todo -o casi todo-, su slogan principal fue “somos lo que comemos”. En la década de los 70 fue cocinero y agricultor orgánico en una gran comunidad naturista en Nueva York. Esta comunidad estaba formada por gente de diferentes campos dietéticos, que poseían un conjunto de teorías contradictorias sobre lo que era “una buena alimentación”. En medio de todo este carnaval dietético Bratman acabó por componer su propia dieta, consistente únicamente en vegetales recién recogidos del huerto que masticaba al menos 50 veces antes de tragarlos. Al igual que muchos otros orthoréxicos, sus restricciones dietéticas se fueron volviendo cada vez más inflexibles. Animaba a los demás a seguir su ejemplo y a castigarse cuando probaban una pequeña porción de algún alimento que él consideraba venenoso para la salud. Desde entonces se abrió todo un mercado que va desde bibliografía de autoayuda para aprender a comer sano, hasta alimentos orgánicos y libres de conservantes, colorantes y otras sustancias consideradas artificiales.
La ilusión de que habría un buen objeto para llevarse a la boca, un objeto más adecuado o natural que otro, es eso, una ilusión. Con la formulación freudiana de la noción de pulsión, en el siglo XIX, quedó por siempre perdida la posibilidad de encontrar una dieta que resulte próxima a lo natural. Sin embargo, el hecho de que una dieta no se pueda correlacionar con tal naturaleza, no implica que no podamos correlacionarla con una ética. Una ética específica: la del psicoanálisis, que pone a punto deseo y goce, que se orienta por lo real, por lo que fracasa de la buena manera.
El ideal de adaptación: medicamentos para los trastornos
Los manuales criteriológicos de diagnóstico, como el DSM, proponen una serie de trastornos, llamados mentales o de conducta, definidos a partir de una serie de supuestos que ubican la causa en un sustrato neurobiológico. Por lo tanto, el listado de remedios se vuelve inseparable de este tipo de clasificación diagnóstica. Existe o existirá, para cada trastorno, el medicamento que adapta y acondiciona un proceso neurobiológico. En las aparentes antípodas del paradigma de la “vida sana”, la medicalización de la vida, se erige como contracara de la misma medalla. El nuevo paradigma científico deja de lado la física y se concentra en la biología, más precisamente en los desarrollos de la genética. Este paradigma científico, que desencripta el código genético, propone lo que Jacques-Alain Miller denomina “nuevas bodas entre el significante y el viviente”. En sentido antiguo el pharmakon es una poción mágica, una cura, un remedio, una receta, un específico. Barbara Cassin hace notar la ambigüedad del término griego que significa a la vez cura y veneno. Aunque las traducciones se inclinen por una u otra versión, el pharmakon es indecidible: es cura y es veneno. Ahora bien, este pharmakon, que propone a los procesos neurobiológicos a nivel de la causa, infecta con un nuevo sentido. Un sentido más, aunque dominante. Para el psicoanálisis, tal como lo enseña Jacques Lacan, todo ser hablante está ya enfermo de sentido.
El veneno estructural: un gallo para Esculapio
El envenenamiento con cicuta fue un método empleado habitualmente por los antiguos griegos para ejecutar las sentencias de pena de muerte. Sócrates fue juzgado en el año 399 a.C. y declarado culpable de dos cargos: no reconocer a los dioses atenienses y corromper a la juventud. Murió a los 70 años de edad, aceptando serenamente esta condena: beber cicuta. Según relata Platón en la Apología que escribió sobre su maestro, éste pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba en la política, pero prefirió acatarla y morir. En su lecho de muerte se encontraba rodeado por los discípulos dilectos, menos Platón que en esos momentos se hallaba enfermo. Según se cuenta en el Fedón, las últimas palabras del filósofo se dirigen a Critón: “-Le debemos un gallo a Esculapio. Así que págaselo y no lo descuides”. Esculapio era un dios menor al que se acostumbraba ofrendar un gallo, en señal de agradecimiento, cada vez que se superaba una enfermedad.
Estas últimas palabras dieron lugar a bibliotecas. No faltó el optimista que leyó en esta frase el agradecimiento de Sócrates al dios que le permitió vivir tantos años con buena salud. El cínico que lee en esta frase los efectos delirantes de la ponzoña. El altruista que entiende que Sócrates en su lecho de muerte quiere cumplir con el ritual que asegure la salud de su amigo y discípulo, ausente con parte de enfermo. El religioso que entiende en esta expresión una alegoría sobre la vida como enfermedad y la muerte como cura definitiva a todos los males. El diplomático que ve en estas palabras la última estrategia para hacer saber de su devoción a los dioses atenienses, aún a los más nimios. Así, los sentidos proliferan. Cada lectura aporta un tomo más que se agrega a la colección de interpretaciones posibles.
Si ese “stremo voto” de Sócrates es rescatable, no lo es por el sentido que a él se pueda adherir; sino justamente por su valor de enigma. También aquí podemos hacer valer el nombre de Sócrates por la expresión “todo hombre”, que funda el universal. Este enigma, que ha servido para señalar un nombre en singular, es el enigma que nos constituye como seres hablantes. El encuentro del viviente con lalengua desnaturaliza al organismo, no hay modo de prescribir los efectos de este veneno. La expresión que Lacan hizo resonar en su última enseñanza fue “el hombre tiene un cuerpo, o sea que habla con su cuerpo, dicho de otro modo que parlêtre por naturaleza” (Lacan; 2000: 592). La enigmática frase, que repica sola en los siglos, sirve para ubicar el veneno estructural que nos constituye en tanto seres hablantes. Es lalengua, ese veneno que bebemos y nos embebe, la que adultera toda biología.
Bibliografía
– Lacan, J. “Joyce el síntoma”. Otros escritos. Buenos Aires: Paidós. 2000. p. 591-599
– Miller, J.-A. “No- para-leer”.Contratapa de Otros escritos. Buenos Aires: Paidós. 2000.
– Milner, J. C. “Encuentros con Lacan en el horizonte de la ciencia” y “Comentarios sobre los nombres y el universal”. Claridad de todo. De Lacan a Marx, de – Aristóteles a Mao. Buenos Aires:Manantial. 2012. p. 11/29 – 29/45.
– Cassin, B. “El logos pharmakon” en Jacques el sofista. Lacan, logos y psicoanálisis. Buenos Aires: Manantial. 2013. p. 65/87.