“…todos nosotros, los fumadores,
estamos convencidos de que el tabaco no nos beneficia,
no tenemos necesidad de que nos convenzan,
pero seguimos fumando…”
Italo Svevo
No estoy seguro de que el goce que se produzca al fumar sea solamente perteneciente a la oralidad, pero seguramente interviene ese goce en gran medida. Sigmund Freud, en “Tres ensayos para una teoría sexual” ya decía que los niños que persistían en el erotismo oral en la edad adulta presentaban una marcada tendencia a fumar. Freud definía al tabaco como “su espada y su escudo en la batalla de la vida” y se mostró molesto cuando se le propuso interpretar su hábito de fumar descreyendo de simbolismos fálicos para asegurar que, en ocasiones, un cigarro era sólo un cigarro.
El cigarrillo es un invento perfecto para mostrarnos el funcionamiento de la maquinaria del discurso capitalista. Puede fumarse uno tras otro, sin parar. Ya lo decía Oscar Wilde “Un cigarrillo es el ejemplo de un placer perfecto, resulta exquisito y deja insatisfecho”.
En esta época, donde el empuje al goce cobra una fuerza inusitada, también puede presentarse con más ímpetu la relación de un sujeto con el tabaco, por eso tuvieron que pensarse formas que permitan regular algo que amenazaba con tornarse incontrolable. Iain Gately se preguntó por el secreto de esa extraña compulsión que comienza como un experimento y suele terminar como una esclavitud y cómo es que, no sólo permanece, sino que se extiende, por más que se insista en mostrar su poder destructivo. Ésta ha sido precisamente la estrategia para procurar frenar ese sin parar al cual invita el cigarrillo. Comenzaron por implementarse impuestos que encarecieran su costo y por aumentarse cada vez más las restricciones contra los fumadores, se prohibió los anuncios de cigarrillos en la televisión, se estableció que todos los anuncios debían contener una advertencia sanitaria. El último intento de controlar este desenfreno de la pulsión oral consiste en poner, además de las advertencias en las etiquetas de los cigarrillos, imágenes que descarnadamente muestran las posibles consecuencias que genera el hábito de fumar, una campaña de concientización que ha producido controversias. Se busca un impacto, un golpe de efecto que pueda sacudir al sujeto. Las leyendas dicen que fumar causa cáncer, adicción, enfermedades cardíacas y respiratorias, gangrena, amputación de piernas y muerte. Buscando mayor efecto se crean nuevas advertencias cada vez más contundentes; en una misma marquilla puede leerse: “Estos cigarrillos te causan cáncer, infartos, enfisemas, dañan tu boca, tus dientes y todo tu organismo”. Si no le interesa cuidarse a sí mismo, se le dice a la mujer embarazada, que fumar causa daños irreparables a su hijo.
Las imágenes que se muestran resultan elocuentes. Y son propias de lo que alguna vez Fernando Savater ha denominado una pedagogía del horror. En algunos países, por ley, las imágenes deben reemplazarse en períodos por ejemplo de cada dos años, para evitar el acostumbramiento de los fumadores. Pulmones destruidos, cuerpos mutilados, piernas con gangrena, abortos espontáneos, tumores en la boca, labios leporinos, ojos abiertos con ganchos, son algunas de las imágenes que circulan. Algunas más delicadas muestran un pie etiquetado que deja entrever que uno puede terminar en la morgue, otra, un tanto más irónica, muestra un cigarrillo hecho cenizas que ha dejado de estar erguido contradiciendo la idea freudiana de que no hay una equivalencia fálica y puede leerse: “fumar causa impotencia sexual”.
El fumador sabe lo que el cigarrillo le puede provocar. Con la imagen se apunta a conmover al sujeto. Las reacciones son diversas, como me dijo un psicoanalista mexicano que fuma: “A uno le dan ganas de dejar la cajetilla pero no el cigarrillo”. El mismo kiosco que vende los cigarrillos puede vender una caja para cubrir las imágenes. Alguna vez un analizante me ha confiado que, cuando le toca la imagen de un niño afectado por una madre fumadora, pide otro paquete. Desde que existe la campaña le he preguntado a cientos de personas si esto los ha ayudado a abandonar el cigarrillo. No he encontrado una sola repuesta afirmativa. Aunque seguramente debe haber casos en los que esto provoque un impacto, y que incluso comience a operar en el sujeto algo que lo lleve a considerar dejar la adicción.
Pero lo que nos interesa es ver en qué puede radicar la eficacia de esta campaña. Se trata de impactar en el sujeto para que procure modificar su relación con lo real a través de lo imaginario. Como sabemos, cuanto más presente esté lo imaginario mayor será la posibilidad de que lo que opere sea la sugestión. O que se ponga en juego el mecanismo de la represión. El sujeto, para abandonar el hábito, reprime el empuje a fumar. El asco suele ser un síntoma muy común que es la consecuencia de dicha represión. Las cosas pueden cambiar, pero por un tiempo limitado. La religión también logra recuperar a sujetos adictos, pero es con la condición de que se mantenga un ideal, lo cual también puede resultar eficaz por un tiempo, o pagando el precio de la represión: que aparezcan síntomas como consecuencia de su retorno y se realice un gasto energético enorme que no estará disponible para otras cuestiones. Por otra parte, si Freud confundió el ideal del yo con el superyó es porque existe cierto parentesco. Podrá en el ideal regularse algo por lo simbólico, pero el superyó, al actuar, en su empuje al goce, devastará la barrera que se interponga. O, como lo hemos dicho, la barrera se mantendrá a un alto precio.
El psicoanálisis opera por otro camino: apunta a lo real por lo simbólico, procurando dejar lo imaginario de lado. Si no resulta rápidamente eficaz en algunos casos, es porque se trata de que el sujeto llegue a considerar su relación con su goce, luego de ponerla en cuestión, a partir de una decisión. Una decisión que le permita al sujeto hacerle frente al empuje de un goce que es solidario de la pulsión de muerte, y que lo deje en una posición de gozar de la vida sin las restricciones de la represión y sin los síntomas que son la consecuencia ineludible de su puesta en marcha. Si el cigarrillo es el invento perfecto para alimentar la maquinaria del discurso capitalista, el discurso psicoanalítico es la única posibilidad de salir de dicho discurso, aunque sea para permitirle al sujeto relacionarse de otra forma con el mismo.