El retrato del niño que el pintor parece homenajear -el cuadro data de 1963- es leído como una manifestación política de denuncia, donde quemas y basurales constituyen el escenario del sector social que habita a espaldas de las grandes urbes. En este terreno emerge Juanito, como la metáfora sobrecogedora de esa atmósfera residual, que ha trascendido y sobrevive ostensiblemente en la época, pero elevado a la dignidad de un objeto artístico.
El retrato del niño que el pintor parece homenajear -el cuadro data de 1963- es leído como una manifestación política de denuncia, donde quemas y basurales constituyen el escenario del sector social que habita a espaldas de las grandes urbes. En este terreno emerge Juanito, como la metáfora sobrecogedora de esa atmósfera residual, que ha trascendido y sobrevive ostensiblemente en la época, pero elevado a la dignidad de un objeto artístico.
Hay dos personajes en la escena relatada. Uno, el espectador de los cuadros, y el otro, el sujeto tomado por el pasaje del ver a la mirada. Me asombra siempre esa experiencia, el pasaje de lo muerto de la representación a lo vivo de la mirada. En esos momentos pienso que dicho pasaje pone en evidencia la verdadera apuesta de la pintura: hacer vivir de un modo bello lo más vivo, lo que los psicoanalistas llamamos “el goce”.