El malestar del hombre en el mundo reduce al otro de la civilización a una función excrementicia, haciendo del mundo un universo cloacal donde la analidad prevalece y recubre la oralidad voraz. Freud insiste en la relación entre odio y erotismo anal: el sentimiento inicial de odio –presente en cada una de las estructuras-, depositado en la figura materna, se ve pronto desplazado hacia un exterior, extranjero/extraño. Los pobres, los exiliados, los derrotados en las guerras, las víctimas, son identificados con los residuos de nuestras sociedades capitalistas, dando cuerpo a esa identificación con la que se les hace cargar: la de ser las deyecciones del mundo. De tal manera el odio toca a los cuerpos, porque es el real del odio que toca a los cuerpos.
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